EL Halloween que conocemos hoy,
comenzó hace más de 3.000 años en Irlanda.
Era una fiesta que celebraban los celtas, un pueblo dedicado a la
agricultura, que creía que el cambio de estaciones tenía una importancia
mágica. A finales de octubre y a
principios de noviembre los celtas celebraban el festival más importante del
año, ya que era el último día de la cosecha y el comienzo del invierno. Los celtas creían que la noche del 31 de
octubre, los muertos venían a saludar a los vivos y, para mantener a estos
espíritus contentos, dejaban comida o dulces afuera de sus casas. Con el tiempo la tradición se convirtió en lo
que hoy llamamos “trick or treat”, que significa “dulce o travesura”, donde los
niños van de casa en casa pidiendo dulces.
Muchos años después, los cristianos cambiaron el sentido de la
celebración y decidieron que el 31 de octubre se celebrarían las vísperas del
día de Todos los Santos, pero los celtas nunca aceptaron eso y siguieron celebrando
esta noche de magia, brujas y fantasmas.
Como nuestra realidad nada tiene
que ver con la de los celtas, hoy el sentido de esta actividad es más bien
lúdico, fiestero, con un fuerte acento en lo comercial, pero rescatando la
convivencia y sentido de grupo con amigos o familiares. Se ha ido desplazando el sentido de desorden,
temor real y revancha que tenía décadas atrás (incentivado por las películas de
Hollywood) para dar lugar a una celebración más alegre. A pesar de sus detractores, no se puede negar
que muchos niños (y adultos) que participan de Halloween, han entendido que
resulta mucho más entretenido pedir dulces a cambio de algo positivo (como una
canción, tarjeta o poesía) y no de tirar huevos, botar basura o pegar un chicle
en el timbre de la casa en que no querían, o no tenían dulces para dar.